Por Victor Bronstein
La historia del petróleo en México es uno de los ejemplos más acabados de la intervención imperialista de las grandes empresas petroleras norteamericanas y británicas, apoyadas por sus respectivos gobiernos, que tuvo lugar en las primeras décadas del siglo XX. Estas empresas eran dueñas de los mejores yacimientos y su producción la regulaban en función de sus necesidades, poniendo en jaque la estabilidad de la economía mexicana que dependía en un 40% de las exportaciones de crudo. Esta situación creaba verdaderos abusos contra la integridad del estado mexicano, lo que generó una reacción popular que influyó claramente en el espíritu nacionalista que tomó el gobierno de Carranza, bajo cuyo mandato se sancionó la Constitución de 1917, la cual en su artículo 27 dispone el dominio directo por la Nación Mexicana de todos «los combustibles minerales sólidos, el petróleo y todos los carburos de hidrógeno, sólidos, líquidos y gaseosos». Cuando el estado mexicano comenzó a dictar las normas para llevar a la práctica los principios de la nueva Constitución, afectando los intereses de las empresas petroleras extranjeras, los gobiernos de EE UU e Inglaterra comenzaron a presionar defendiendo a sus empresas. Hasta tal punto, que en octubre de 1919, EE UU rompe formalmente sus relaciones diplomáticas con México y poco después de este hecho Carranza moría misteriosamente asesinado.
Una nueva escena de esta historia comienza en 1937, cuando el sindicato de trabajadores del petróleo desencadenó una huelga, con el fin de obtener salarios más elevados. Un Tribunal de Trabajo dictó un arbitraje dando la razón a los trabajadores. Las compañías, entre las que figuraban las filiales de la Royal Dutch Shell y de la Standard Oil de Nueva Jersey, apelaron ante la Corte Suprema de justicia de México, la cual confirmó la sentencia del Tribunal de Trabajo. Ante esta confirmación, las compañías rehusaron pura y simplemente ejecutarlo. Esta situación llevó a que el entonces presidente Lázaro Cárdenas, «para preservar la dignidad y la independencia de la nación», decretara el 18 de marzo de 1938, la expropiación de los bienes muebles e inmuebles de 17 compañías petroleras a favor de la Nación. El 7 de junio de ese año nace PEMEX, Petróleos Mexicanos.
Londres rompe entonces las relaciones diplomáticas con México, y Cárdenas pudo constatar con amargura como Lord Chamberlain era mucho más firme contra él que contra el nazismo.
México, a diferencia de nuestro país, es rica en recursos convencionales, alcanzando en 2005 el pico de producción con 3,5 millones de barriles diarios. Pero como ocurre en nuestro país, los yacimientos maduros han entrado en una etapa de declinación y el año pasado la producción se redujo a 2,5 mbd mientras la demanda interna sigue aumentando y, de seguir esta tendencia, en 2020 México puede convertirse en importador de petróleo. Se requieren, entonces, grandes inversiones para revertir esta situación, pero PEMEX por sí sola no puede hacerlo, a pesar de ser la 8ª petrolera mundial, debajo de Shell y arriba de Chevron. Esto se debe a que el 40% de sus utilidades debe entregársela al estado mexicano. En el siglo XXI, el mundo del petróleo ha cambiado radicalmente, el 96% de las reservas mundiales están en manos de los estados. En este escenario, las grandes empresas petroleras privadas necesitan asociarse a los países para producir el petróleo que es un recurso cada vez más escaso y las empresas nacionales necesitan de las inversiones y la tecnología de las empresas internacionales. Hoy, la soberanía no está en riesgo y por eso México, sin olvidar su historia, empieza a revisar su futuro, lejos de Dios.
Original: http://tiempo.infonews.com/2013/08/17/especiales-107660-lejos-de-dios.php