Volvió Trump. Y apenas asumió, empezó a revertir la política energética de EEUU implementada por Joe Biden y a tomar medidas que impactan en los mercados energéticos globales, desde el petróleo y el GNL hasta el desarrollo de las llamadas energías renovables.
En una avalancha de decretos (órdenes ejecutivas) en el primer día de su mandato, la nueva administración Trump revirtió, eliminó o suspendió las políticas energéticas y climáticas de Biden en todos los ámbitos, desde el Acuerdo de París hasta la prohibición de las cocinas a gas.
Trump dijo que cualquier funcionario federal que “…planee o coordine acuerdos energéticos internacionales deberá priorizar de ahora en adelante la eficiencia económica, la promoción de la prosperidad estadounidense, la elección del consumidor y la moderación fiscal en todos los compromisos extranjeros que afecten a la política energética”. Esto, para Trump, es incompatible con el Acuerdo de París que obliga a descarbonizar el sistema energético global a partir de la supuesta “catástrofe climática” que amenaza a la humanidad.
Por eso, el impacto de la nueva política energética de Trump no se da sólo en el campo de la energía sino también puede tener consecuencias en el campo científico, que es el que ha sustentado la narrativa del alarmismo climático. Cambiar esta combinación, donde la ciencia jugó un papel coercitivo como herramienta para imponer una agenda geopolítica, es tal vez uno de los cambios más radicales que puede llevar adelante la nueva administración, aunque Trump no sea consciente de esto. Sus argumentos muchas veces son burdos y no permiten comprender la profundidad de la problemática. El cambio climático no es una estafa, ocurre. Lo discutible son los modelos climáticos conjeturales que definen una situación catastrófica de crisis climática. En sistemas complejos, las conjeturas predictivas son muy poco precisas.
Una de las consecuencias de la transición energética y su camino hacia el net zero impuesta por los países centrales es que ha politizado a la ciencia climática y, por lo tanto, la están degradando. Hoy, estamos viviendo una transición energética forzada por la política, no por la tecnología ni por los mercados, y esa es una de las grandes críticas de Trump a la política energética global del Acuerdo de París. Aunque un día después se contradice y le exige a la OPEP, en una actitud política, que baje los precios del petróleo, amenazando a Arabia Saudita con sanciones si no lo hace. Libertad de mercado hasta cierto punto, antes seguridad energética. MAGA.
En una orden ejecutiva titulada “Liberar la energía de Estados Unidos”, Trump denunció las “regulaciones onerosas y motivadas ideológicamente” que han impedido el desarrollo de las +fuentes de energía estadounidenses. Las palabras solar y eólica no aparecen en la orden ejecutiva, mostrando claramente que para Trump la energía que hay que liberar es la
producción de gas y petróleo. La consecuencia es el desmantelamiento integral de casi todos los mandatos y subsidios de energía “limpia” creados en los últimos años. Por ejemplo:
∙ Elimina el mandato de vehículos eléctricos de la EPA de Biden.
∙ Pone fin a los esfuerzos del Departamento de Energía para prohibir los aparatos que funcionan a gas.
∙ Revoca 12 de las órdenes ejecutivas de Biden sobre política energética y climática.
∙ Su objetivo es acelerar la “concesión de permisos y la construcción de transporte interestatal de energía y otras infraestructuras energéticas críticas, incluidos, entre otros, los oleoductos, en particular en regiones del país que han carecido de dicho desarrollo en los últimos años”.
∙ Establece una fecha límite para que la EPA elimine el uso del “costo social del carbono”, una cifra arbitraria que los funcionarios federales han utilizado para justificar políticas climáticas costosas.
∙ Tiene una sección llamada “Terminación del New Deal Verde”, que dice que todas las agencias federales deben “pausar inmediatamente el desembolso de fondos asignados bajo la Ley de Reducción de la Inflación y la Ley de Inversión en Infraestructura y Empleos”, incluidos, entre otros, los fondos “para la carga de vehículos eléctricos”.
∙ Pide el fin de la “pausa” a las exportaciones de GNL impuesta por el DOE.
∙ Incluye una sección completa sobre elementos estratégicos y ordena a las agencias federales que identifiquen todas las “acciones de las agencias que imponen cargas indebidas a la minería y el procesamiento nacionales de minerales no combustibles y que tomen medidas para revisar o rescindir dichas acciones”.
Tal vez el mejor resumen del documento se encuentra en una sección que pide una “revisión inmediata de todas las acciones de las agencias que potencialmente afecten el desarrollo de los recursos energéticos nacionales”. A continuación, el texto de esa sección:
“Los jefes de todas las agencias revisarán todas las regulaciones, órdenes, documentos de orientación, políticas, acuerdos, órdenes de consentimiento y cualquier otra acción de la agencia existentes (colectivamente, acciones de la agencia) para identificar aquellas acciones de la agencia que imponen una carga indebida en la identificación, desarrollo o uso de recursos energéticos nacionales, con especial atención al petróleo, gas natural, carbón, energía hidroeléctrica, biocombustibles, minerales críticos y recursos de energía nuclear, o que de otra manera son incompatibles con la política establecida en la sección 2 de esta orden, incluidas las restricciones a la elección de vehículos y electrodomésticos por parte de los consumidores”.
Las dos agencias más cuestionadas en cuanto a la energía son la EPA y el DOE. Existe una muy cuestionada resolución de la EPA de 2009 conocida como “Endangerment Finding” o hallazgo de peligrosidad, donde se determinó que el CO2 y otros gases de efecto invernadero califican como “contaminantes” bajo la Ley de Aire Limpio de 1970, porque son un “peligro para la salud
y el bienestar público”.
Calificar al CO2, que es imprescindible para el desarrollo de las plantas, los bosques y los cultivos como contaminante es forzar al extremo las interpretaciones científicas. Esta resolución, que es la base para las regulaciones de Biden que restringen los combustibles fósiles, ha generado litigios en el pasado y los seguirá generando en el futuro. Habrá que ver si Trump logra eliminarla, aunque no será sencillo ya que hay mucha jurisprudencia que avala esa resolución de la EPA. La ciencia, otra vez interpelada.
Respecto al Departamento de Energía, seguramente cambiarán también muchas políticas. Durante la administración anterior, al entrar en la página web del DOE, el título era muy elocuente: “Combatiendo la crisis climática” mostrando cual era el motor de la política energética de Biden. Hoy, es bastante diferente. El titular de primera plana es “Restaurar el dominio de la energía” y continúa: “las acciones del primer día del presidente Trump devolverán el departamento al orden regular”.
Este nuevo orden según el nuevo mandatario es desatar el dominio energético de Estados Unidos para sostener su primacía mundial sustentada en la industria: «Estados Unidos volverá a ser una nación manufacturera, y tenemos algo que ninguna otra nación manufacturera tendrá jamás: la mayor cantidad de petróleo y gas de cualquier país de la Tierra». Contradiciendo a Trump, EEUU no es el país con más reservas de petróleo, está en el puesto nueve. Tampoco es el país con mayores reservas de gas, está cuarto detrás de Rusia, Irán y Qatar.
Trump tiene un solo mandato de cuatro años para alcanzar sus ambiciones, ¿este nuevo orden energético que está proponiendo se podrá llevar a cabo? ¿Perdurará o se extinguirá al final de su presidencia? Difícil especular con ese futuro. Hay que ir adonde uno cree que está la verdad. ¿La verdad está acaso en el IPCC y en la diplomacia ilustrada de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (CMNUCC) que todos los años nos convoca a la Conferencia de Partes y donde los países centrales intentan desplegar un sistema de gobernanza global que perjudica el desarrollo de los países emergentes? La ciencia, que se atribuye ese lugar de la verdad, hoy no tiene respuesta y tal vez nunca la tenga.
Trump nos muestra que pareciera que hay una verdad geopolítica que es más fuerte, donde el poder y los intereses definen el camino de la política energética global. Hay que reconocer que desde que empezó la batalla climática hace cuarenta años, el clima no es lo único que ha cambiado. La tecnología, los valores culturales, los centros de poder político, económico y militar han cambiado mucho más. Hoy no existe la Unión Soviética, la guerra fría y ¿qué era China en los 80 del siglo pasado?
Lo mejor que podemos decir es que el mundo seguirá descarbonizando lentamente su sistema energético y, al mismo tiempo, la Tierra seguirá calentándose lentamente. Y las sociedades seguirán adaptándose a los peligros climáticos cambiantes de nuevas maneras, como siempre lo han hecho, con ganadores y perdedores en el camino. Lo que nos muestra Trump es que el cambio climático no es ni una emergencia ni una crisis. Es una epopeya política.