«El que controle el petróleo controlará las naciones, el que controle los alimentos controlará a los pueblos”. No está claro si Henry Kissinger realmente dijo esto o no, pero su verdad sigue vigente.
La frase atribuida al exsecretario de Estado de Nixon fue dicha poco después de la crisis petrolera de 1973 que mostró al mundo su dependencia absoluta del petróleo. Además, se enmarcaba en la preocupación mundial por la producción de alimentos debido al inédito crecimiento poblacional de la posguerra.
Antes de la crisis petrolera y el empoderamiento de la OPEP, EEUU controlaba el mercado petrolero mundial y era el mayor productor de alimentos global. Según la tesis de Kissinger, dominaba el mundo.
Hoy, EEUU volvió a ser, gracias a la producción del shale, el mayor productor de petróleo y de gas, pero el primer productor de alimentos a nivel mundial es China. EEUU produce el 12% del petróleo del mundo y compite con la OPEP, China produce una cuarta parte de la producción mundial de grano y lidera en la producción de cereales, algodón, frutas, verduras, carne, huevos y pescado y no existe una OPEP de alimentos.
Esta lógica explica en gran medida la confrontación entre EEUU y China que Trump tratará de renegociar. Según analistas cercanos al presidente electo, Pekín es el principal desafío estratégico de EEUU y la administración de Biden arriesgó mucho defendiendo a Europa contra Rusia. Al darle a Ucrania misiles ATACMS de largo alcance capaces de llegar al territorio ruso, cruzó la “línea roja” de Putin y aumentó la confrontación con China, perdiendo el foco de la geopolítica.
Siguiendo este análisis, Europa tiene poco valor estratégico más allá de servir como mercado para el petróleo y el gas de Estados Unidos, una dinámica que no cambiará independientemente del resultado de la guerra de Ucrania. El foco debe estar en otra parte.
La estrategia debería centrarse en el verdadero motor del poder que marcó Kissinger hace 50 años: el petróleo. Si China es el principal rival de Estados Unidos, EEUU debería aprovechar su fuerza energética contra la vulnerabilidad crítica de China: su gran déficit de petróleo. En la actualidad, China importa 11,2 millones de barriles diarios, 1,7 veces más que Estados Unidos.
Según un análisis de Art Berman, China entendió su vulnerabilidad energética y elaboró un plan en consecuencia: la Iniciativa de la Franja y la Ruta. En esencia, esta Iniciativa se centra en la infraestructura energética. El Corredor Económico China-Pakistán, anclado en el puerto de Gwadar, permite las importaciones de petróleo por un camino alternativo al Estrecho de Malaca, que es un camino vulnerable. Estos proyectos están diseñados para asegurar las necesidades energéticas de China y expandir su influencia geopolítica.
Para posicionarse ante la nueva administración de Trump, Xi decidió cortar el suministro de antimonio a EEUU, lo que provocó un aumento del 300% en su valor, superando al oro, la plata e incluso al Bitcoin. El antimonio es un metal duro que se utiliza para balas, proyectiles de artillería, vehículos blindados y misiles, algo que las potencias occidentales necesitan para reabastecer sus arsenales agotados por la guerra de Ucrania.
En este contexto, genera cierto desconcierto cómo el cambio climático se convirtió en el foco estratégico de la administración Biden y de la mayoría de los países europeos. El caso de China es diferente. Pekín se planteó otra estrategia. Si bien el gigante asiático es hoy el mayor generador de electricidad a partir de energía eólica y solar y donde más vehículos eléctricos se producen y circulan, esta política no está guiada por un compromiso ambiental, sino de seguridad energética, comercial y geopolítico.
China necesita disminuir su dependencia del petróleo, por eso impulsa los vehículos eléctricos, aunque el 60% de la electricidad se genera a partir del carbón. Pekín tiene claro que prefiere un auto que funcione a carbón y que no consuma petróleo, que es el punto vulnerable de su seguridad. Además, ha aprovechado el crecimiento de los mercados renovables a partir del impulso de la transición energética en Occidente para construir una sólida y competitiva industria solar y de vehículos eléctricos.
Paradójicamente, el éxito de la gran producción solar de China hoy está en problemas por exceso de capacidad y precios muy bajos. Por eso, los mayores fabricantes de equipos solares de China, que han sufrido pérdidas durante más de un año, han tomado nota del libro de gestión de mercados de la OPEP en sus esfuerzos por frenar el exceso de producción que atentan contra los fundamentos del mercado.
La OPEP ha perfeccionado el arte de la gestión de la oferta a lo largo de décadas para influir en las condiciones del mercado. Aprendió a restringir la oferta para impulsar los precios del petróleo, estableciendo un sistema de cuotas entre sus países miembros. La mayoría de las veces, esto ha funcionado bien. Ahora, los fabricantes de equipos solares de China están apostando por superar el actual exceso de oferta en el mercado interno acordando cuotas al estilo de la OPEP, según informó Bloomberg.
La amenaza existencial para el sector de los equipos solares fue la principal razón por la que más de 30 de las mayores empresas del sector de China firmaron un pacto para tener cuotas de producción en 2025 basadas en las cuotas de mercado actuales, la capacidad de producción individual y la demanda esperada de productos solares, según informes de los medios chinos.
El acuerdo de una “OPEP solar” se firmó en la reunión anual de la Asociación de la Industria Fotovoltaica de China la semana pasada. Todavía no sabemos como impactará en el mercado global.
¿Y si Alemania hubiera invertido en energía nuclear? Por segunda vez en un mes, la red eléctrica alemana se vio afectada por una sequía eólica, conocida en Alemania como Dunkelflaute. La falta de viento hizo que los precios de la electricidad en Europa se dispararan a sus niveles más altos desde finales de 2022, cuando Europa se encontraba en medio de una crisis energética debido a las problemas generado por el suministro de gas ruso. Ahora la situación es peor, Europa, y Alemania en particular, parecen estar en medio de una crisis energética permanente.
El jueves de la semana pasada, los consumidores alemanes pagaron una media de 400 dólares por megavatio-hora por la electricidad. Durante las horas pico, los precios en el mercado mayorista de energía de Alemania se acercaron a los 1.000 dólares por MWh, el nivel más alto en 18 años. La sequía eólica no solo afectó a Alemania, los precios de la electricidad en toda Europa se dispararon en medio de la sequía eólica.
La última sequía eólica es una prueba más de la debilidad de la Energiewende alemana, una iniciativa extremadamente costosa diseñada para obligar al país a abandonar los hidrocarburos y pasarse a las energías alternativas. Un estudio publicado por el International Journal of Sustainable Energy estimó que entre 2002 y 2022, la Energiewende le costó a Alemania 746.000 millones de dólares. De esa suma, más de la mitad se gastó en producción y distribución de energías alternativas. El resto se gastó en subsidios. Si Alemania hubiera gastado aproximadamente la mitad de esa suma en energía nuclear habría logrado mayores reducciones de emisiones que las que logró persiguiendo el espejismo de las energías alternativas.
Como venimos repitiendo, décadas de cumbres, alarmismo climático y billones gastados no han dado resultados ambientales medibles. En cambio, se ha convertido en una de las mayores transferencias de riqueza de la historia moderna, canalizando el dinero público hacia las corporaciones financieras, activistas climáticos y las nuevas industrias renovables sustentadas en subsidios.
Como dijo sin rodeos el CEO de TotalEnergies: “las energías renovables están donde está el dinero”, es decir, los subsidios.
Estamos en la era de la despoblación, y a medida que el crecimiento económico mundial se desacelere, las energías renovables perderán peso salvo que alguna innovación tecnológica cambie el escenario. A Trump no le preocupa que China domine los paneles solares, las turbinas eólicas y los vehículos eléctricos. Por los anuncios que en materia energética está preparando, pareciera que tiene claro que el petróleo será la base de su estrategia geopolítica. El que controle el petróleo, controlará las naciones.