Por Matías Lagraña
Desde el Club de Roma a la actualidad.
Los años de la posguerra fueron de un extraordinario crecimiento económico y también poblacional sustentado en el petróleo como fuente de energía barata y abundante sumado al desarrollo tecnológico, que se constituyó así en una de las herencias positivas del horror que suscitó la 2da Guerra Mundial. A fines de la década de los 60, ese crecimiento empezó a generar preocupaciones “neo malthusianas” sobre el crecimiento exponencial de la población y el agotamiento de los recursos finitos y no renovables del planeta. En los países desarrollados, desde los políticos hasta los científicos empezaron a ocuparse del tema. Uno de ellos, Jay W. Forrester, del MIT, plantea por primera vez la utilización de modelos computacionales para estudiar la evolución de las sociedades. En 1968, Forrester se reúne en Roma con otras 34 personalidades, entre científicos, investigadores, economistas y políticos para discutir sobre el impacto del hombre sobre el planeta. Crean entonces un grupo al que denominan Club de Roma, aunque éste recién se constituye en el año 1970. Este club tiene por objetivo el estudio y análisis de los grandes procesos y fenómenos que atañen a la humanidad para su desarrollo equilibrado y su supervivencia, así como la divulgación y promoción de la toma de conciencia sobre los grandes temas y retos a los que se ha de enfrentar la humanidad para lograr esos objetivos. Se encargó, entonces, un estudio al mencionado MIT System Dynamics Group, al frente del cual estaban Donella Meadows, Jorgen Randers y Dennis Meadows. El informe de dicho estudio se llamó “Los Límites Del Crecimiento” y fue publicado en 1972, poco antes de la primera crisis del petróleo de 1973. La crisis puso en primer plano el informe y el Club de Roma cobró un gran protagonismo, aunque sus conclusiones fueron discutidas en nuestro país con un modelo mundial alternativo elaborado por la Fundación Bariloche. Este informe planteaba que el informe del Club de Roma era ideológico ya que limitaba el crecimiento de los países en desarrollo. Sin embargo, hoy vemos que los problemas relativos al crecimiento alcanzan a todo el planeta.
Población y alimentos
También para esa época, en 1968, Paul Ehrlich publica The Population Bomb o Bomba P, haciendo referencia a la Bomba A (atómica) y Bomba H (de hidrógeno) que en ese momento de Guerra Fría tenían en vilo a la humanidad. La tesis del libro predecía una hambruna masiva para las próximas décadas por causa del crecimiento poblacional mundial y planteaba la necesidad de acciones políticas para limitar el crecimiento demográfico. Si bien el libro presentaba inexactitudes, tenía un tono alarmista y sus predicciones no fueron correctas, sirvió para sensibilizar a la población sobre las cuestiones medioambientales y poblacionales.
Hoy, el panorama actual sobre población-recursos-medio ambiente es mucho más serio que el pronosticado por “The Population Bomb” en 1968. La población mundial es más del doble, los recursos clave están mucho más agotados y el deterioro ambiental es sustancialmente más avanzado.
Una cuestión central de la problemática humana, tanto en 1968 como ahora, es la perspectiva de alimentar a una población creciente. Actualmente, la Tierra es habitada por aproximadamente 7.500 millones de personas en lugar de las 3.500 que tenía en 1968. Alrededor de 200 a 300 millones han muerto de hambre o por enfermedades relacionadas con el hambre y la mala alimentación en estos años, pero no las cantidades anticipadas por los trabajos e investigaciones de especialistas en agricultura durante las décadas del 60 y 70. Los agricultores de países en desarrollo adoptaron tecnologías basadas en mejores cepas de grano y en el uso intensivo de combustibles fósiles (“La Revolución Verde”) y como resultado la producción de cereales aumentó por encima del incremento poblacional. Además, se crearon sistemas de almacenamiento y transferencia de alimentos para los momentos en los que la cosecha se viera afectada, programas de planificación familiar, tasas de natalidad decrecientes en muchos países, todo contribuyó al crecimiento de la demanda de alimentos.
Sin embargo la escasez crónica de alimentos sigue siendo un problema en muchos países en desarrollo. Debido principalmente a la mala distribución de alimentos se calcula que 800 millones de personas están gravemente desnutridas, y según la FAO, hasta 2.000 millones de personas padecen malnutrición por micronutrientes.
El científico Norman Borlaug, una de las cabezas de la Revolución Verde, introdujo el problema de la población en su discurso del Premio Nobel de 1980:
“No puede haber progreso permanente en la batalla contra el hambre hasta que las agencias que pelean por el incremento en la producción de alimentos y aquellos que pelean por el control poblacional se unan en un esfuerzo común. Por separados podrán tener victorias temporales, pero unidos la victoria puede ser decisiva y duradera para promocionar alimentos y otros servicios de una civilización progresiva para el beneficio de toda la humanidad.”
La necesitada unión no ha ocurrido lamentablemente y debemos agregar que la humanidad se acerca rápidamente al fin de poder explotar la bonanza de los combustibles fósiles que impulsó la vasta expansión de la civilización durante el siglo y medio pasado.
Empíricamente, la forma más eficaz de avanzar hacia la reducción de la población implica proporcionar a las mujeres derechos, oportunidades y educación iguales a las que se les proporcionan a los hombres (hoy estos derechos no son verdaderamente iguales en ninguna nación y carecen gravemente de muchos) y proveer el acceso a todas las personas sexualmente activas a la anticoncepción moderna y aborto seguro.
Lidiar con el consumo excesivo es más complejo en teoría. Podríamos esperar que las amenazas existenciales planteadas hoy por la disrupción climática, la agricultura vacilante, el aumento de los mares, la contaminación generalizada y el agotamiento de los recursos también cambiarían el comportamiento, pero el peligro aún no se percibe ampliamente para producir el efecto deseado.
Economía
Una causa central de preocupación ahora es la persistencia y presencia de creencias no demostradas de la “macroeconomía basada en la fe”, donde se sostiene la expansión económica continua a través de la tecnología, los mercados y la denominada economía del conocimiento. Por ejemplo, el Premio Nobel de economía, Paul Krugman, con cuyos puntos de vista sobre el corto plazo frecuentemente coincidimos, casi siempre escribe sobre el crecimiento como una cura para los problemas, especialmente el desempleo. Su desprecio por las limitaciones impuestas por el mundo biofísico es típico de su disciplina, que aparentemente no es consciente del grado en que la humanidad está cooptando los flujos de energía que sustentan los sistemas de apoyo a la vida del hombre.
Un segundo problema fundamental con la macroeconomía que acompaña a su fe, de que el crecimiento puede continuar para siempre en un sistema confinado, es que la gente hace elecciones racionales. El crecimiento puede, por supuesto, mejorar temporalmente el desempleo, pero los defensores pro-crecimiento rechazan obstinadamente reconocer las, cada vez mayores, restricciones biofísicas. También ignoran las posibilidades de reorganizar la economía sobre una base más equitativa y la posibilidad de hacer cambios importantes y, a nuestro juicio, necesarios, tales como semanas de trabajo más cortas.
Sin embargo, la falacia del crecimiento interminable ha sido bien reconocida hace mucho tiempo. El distinguido economista Kenneth Boulding escribió en 1966: “Cualquiera que crea que el crecimiento exponencial puede durar para siempre en un mundo finito es un loco o un economista”. Bueno, los locos y la mayoría de los economistas están todavía en ello. Por supuesto, algunos economistas creen que hay límites pero en un futuro lejano. En parte eso puede ser porque están bajo la ilusión de que la problemática del clima es la única amenaza existencial para la civilización.
La segunda creencia falaz, que las decisiones humanas son racionales, es simplemente errónea; las emociones y la racionalidad limitada son fundamentales para la toma de decisiones y juegan roles importantes tanto en las opciones reproductivas como en las de consumo.
Gran parte del fracaso de la macroeconomía para convertirse en evidencia puede ser atribuido a la capacitación proporcionada a los estudiantes graduados en los departamentos de economía, donde los fundamentos básicos de la ciencia ambiental, en nuestra opinión cada vez más central a la mayoría de los resultados económicos, son ampliamente descuidados. Ese fracaso, entre otras cosas, permite que muchos economistas consideren el cambio climático como una amenaza en su mayoría lejana y que ignoren la naturaleza de otros grandes desafíos medioambientales y sus interacciones con la cuestión climática y, sobre todo, con las tendencias demográficas, cuyas consecuencias se malinterpretan totalmente.
Por ejemplo, una reciente ilusión de la macroeconomía basada en la fe es que las tasas de natalidad deben aumentarse para evitar que una población envejezca -con una proporción cada vez mayor de personas mayores-, lo que aumenta la preocupación de que habrá muy pocos trabajadores para sostener el sistema de pensiones. Esta idea es especialmente común entre los políticos europeos, que no se dan cuenta de que sólo lo imposible, manteniendo a la población en crecimiento para siempre, podría impedir que la población envejeciera a menos que se emplearan políticas muy socialmente inaceptables (por ejemplo, la eutanasia).
Recursos
El sistema basado en la fe ignora aún más que muchos recursos, si no la mayoría, son más escasos o menos accesibles en 2015 que en 1968 (y anteriores). Los seres humanos, siendo inteligentes, han tendido a recoger la fruta más accesible primero. Esto se ve con más facilidad mirando el EROI— o tasa de retorno energético- del inglés Energy Return On Investments, donde se toma en cuenta cuántas unidades de energía se deben utilizar para obtener ese recurso energético (descubrimiento, explotación, la perforación, el transporte, etc.).
Un ejemplo clásico de la disminución del EROI es la obtención de petróleo. El primer pozo petrolero se hizo a unos 22 metros de la superficie para alcanzar el petróleo en Pensilvania en 1859, mientras que el pozo Macondo que explotó en el Golfo de México en 2010 fue perforado por debajo de 1600 metros de agua y alcanzó el petróleo a casi 3200 metros por debajo del suelo marino.
La eficiencia del uso de los recursos ha aumentado en muchos casos en sintonía con la regulación y las fuerzas del mercado, pero a menudo es contrarrestada, en parte o en su totalidad, por el crecimiento del uso. Entre 1975 y 2015, la eficiencia de los automóviles estadounidenses se duplicó, pero el número de vehículos aumentó en más del 50%. Alrededor del mismo período, la población mundial de vehículos casi se cuadruplicó. El aumento de la eficiencia en el uso de los recursos suele ir acompañado de un crecimiento del consumo; cuando ese crecimiento es un resultado, es conocido como “Paradoja de Jevon” por los economistas.
La paradoja es que, a medida que la producción de energía se ha vuelto más eficiente (y cada unidad de energía es más barata), más productos que utilizan energía llegan inevitablemente al mercado, aumentando así el consumo de energía
Además de estos límites termodinámicos de la eficiencia que son claramente reconocidos (aunque en muchos casos hay un largo camino por recorrer), hay otras cuestiones que debemos atender. En lo que respecta a los vehículos, aunque la eficiencia del consumo de combustible es la que más llama la atención, cuestiones como la contaminación por neumáticos abrasivos en las rutas, los efectos tóxicos del césped artificial basado en caucho sintético, los impactos de pavimentar valiosas tierras agrícolas y reservas de biodiversidad para construir ciudades y caminos; la necesidad de materiales exóticos (como las tierras raras) y los insumos de energía en la fabricación de automóviles de alta tecnología, todas estas cuestiones son generalmente ignoradas.
La situación de los recursos hoy en día es mucho más compleja por el sistema del Estado-nación. Es triste que aparentemente pocas personas comprendan las consecuencias de un hecho simple: los recursos naturales se distribuyen más o menos aleatoriamente entre las naciones. Si se comprendiera esto, una cuestión crucial en las relaciones “internacionales”, destacada por una crisis migratoria segura de estallar, sería una cuestión que rara vez se plantea en el discurso público: “¿Son éticas las fronteras?”.
Recursos y Población
El papel del tamaño de la población y el crecimiento en la situación humana sigue siendo, tristemente, plagado de ideas erróneas. Uno, la “Falacia de Pearce”, lleva el nombre del reportero ambiental Fred Pearce, quien en varias ocasiones afirma que el consumo excesivo es un contribuyente mucho mayor al deterioro ambiental que la superpoblación. Esto es más o menos como afirmar que la longitud de un rectángulo es un contribuyente mucho más grande a su área que su anchura. Hay que tener en cuenta que los problemas de cambiar el ancho (tamaño de la población) de la escala del rectángulo de la travesía humana son bastante más complejos que los de cambiar la longitud (consumo per cápita).
El crecimiento de la población en la mayoría de las circunstancias impide el “desarrollo” exitoso de las sociedades y retarda el aumento del consumo per cápita, evitando que la mayoría de las personas se vuelvan más prósperas. Lo que típicamente sucede es que, después de la reducción en las altas tasas de mortalidad de los bebés y los niños, la población de una nación crece rápidamente durante un tiempo. Luego, cuando se ha introducido la planificación familiar, se sigue un período de disminución del crecimiento demográfico y un aumento concomitante del consumo per cápita. El rápido crecimiento de la población y el consumo no ocurren simultáneamente, pero el resultado final es una cantidad gigantesca de consumo y, lamentablemente, la destrucción de los sistemas de soporte vital humano.
Gobernabilidad, instituciones y colapso
Desde la publicación de “The limits of Growth” y “The Population Bomb”, el discurso sobre la situación humana ha cambiado. Además de una nueva atención a los límites del crecimiento y el desarrollo de la economía ecológica basada en la evidencia, también hay una creciente discusión sobre las maneras de evitar el posible colapso de la civilización.
En su trabajo clásico, “El colapso de las sociedades complejas”, Tainter (1988) atribuye una causa primaria de tales colapsos a una disminución marginal de los retornos per cápita sobre la creciente complejidad social. Eso parece ser exactamente lo que está ocurriendo en la civilización global actual, un Sistema Adaptativo, global y Complejo (SAC) que interactúa con el SAC (Levin 1999) de la biosfera. Pero en muchos aspectos, un colapso próximo de la civilización (Ehrlich y Ehrlich 2013) podría explicarse en gran medida por la falta de esfuerzo para evitarlo, rastreable a un fracaso de la gobernanza, y la adherencia obstinada al falso sistema económico basado en la fe.
El fracaso gubernamental se demuestra internacionalmente por la incapacidad (hasta ahora) del sistema estatal-nacional de afrontar:
- La superpoblación y el crecimiento demográfico continuo;
- El consumo excesivo de los ricos, el hambre y la malnutrición que sufren miles de millones (Wilkinson y Pickett, 2009);
- La creciente disrupción climática y una denegación sistemática de la misma patrocinada por las empresas (Farrell, 2015; Mann, 2012; Oreskes y Conway, 2010);
- El aumento de la inequidad económica bruta, con vulnerabilidades que podrían exacerbarse por las alteraciones del clima (Dennig et al., 2015);
- Desatención a la sexta extinción en masa de la Tierra, que ya está amenazando al sistema vital de la humanidad (Ceballos et al., 2015b);
- Sobrepoblación de animales domésticos para aumentar el consumo de carne;
- La contaminación del planeta (Carson 1962; Cribb 2014) y una preocupación importante en The Population Bomb;
- El inicio de lo que eventualmente será una vasta crisis de refugiados, prevista dramáticamente hace 45 años en una novela (Raspail 1975).
Religión
Reducir la escala de la cuestión humana global es una condición previa para tener alguna esperanza de resolver estos problemas. Esto a su vez requiere no sólo detener el crecimiento de la población humana, sino comenzar una contracción humana lenta, algo que ya está ocurriendo en algunos países ahora y pronto comenzará en muchos otros, en particular China. El tabú de la discusión del problema de la población se demostró dramáticamente en la reciente encíclica del Papa Francisco, en la que el Papa advirtió enfáticamente sobre muchos factores en la situación humana, pero menoscaba la importancia de las tendencias demográficas. Esto es especialmente preocupante, ya que el Papa se enfrenta claramente a la presión conservadora de no ir “demasiado lejos”, a la luz de sus comentarios anteriores sobre la “obsesión” de la Iglesia con la anticoncepción y el aborto. Y, por supuesto, el pronatalismo católico institucionalizado, el chovinismo masculino y la misoginia son compartidos o superados por la derecha religiosa y muchos elementos en el Islam y otros grupos religiosos. Además, la creencia generalizada de que las entidades sobrenaturales pueden intervenir (y lo harán) para impedir que los seres humanos arruinen sus propios sistemas de soporte vital es una barrera significativa para abordar los problemas serios de manera directa. Sin embargo, teniendo en cuenta el poder obvio de la creencia religiosa, apoyamos la idea de que un movimiento cuasi-religioso, uno preocupado por la necesidad de cambiar los valores que ahora gobiernan gran parte de la actividad humana, puede ser esencial para asegurar la persistencia de nuestra civilización ahora casi global. Los mitos a gran escala son los que hacen posibles sociedades de millones. En el contexto de este trabajo, una de las más pertinentes es la cuasi religión de la economía capitalista, para la cual el crecimiento perpetuo es una creencia fundamental y esencial. Todos mantenemos la fe de que una pieza de papel de lujo materialmente sin valor, llamada “dólar” o “yen” o “euro”, será intercambiable por bienes materiales. Es evidente que la humanidad debe inventar nuevos grandes mitos para reemplazar a los actores sobrenaturales y un crecimiento sin fin. Sin embargo, hay una pequeña razón para animarse en este frente. A pesar del tabú político religioso sobre el tratamiento del tamaño de la población y el crecimiento, John Holdren, asesor científico del ex Presidente Obama, declaró que la encíclica del Papa Francisco era demasiado desestimable acerca de “el papel del tamaño de la población humana en la adición a las emisiones, complicando las soluciones y desplazando el resto de la creación”. La declaración de “hacinamiento” es una forma basada en la evidencia de decir que la civilización está socavando la extremidad sobre la que se asienta destruyendo la biodiversidad, las partes de trabajo de los sistemas de apoyo a la vida humana. Por último, los impactos difíciles de cuantificar de la sobrepoblación y el aumento de los conflictos sobre los recursos han sido mucho más difíciles de evaluar en dos áreas críticas donde existe un alto potencial de discontinuidades. Una es la creciente probabilidad de una vasta epidemia. Las probabilidades de que ocurra una plaga son casi imposibles de calcular, pero es prácticamente cierto que aumentan con el tamaño de la población, los altos niveles de malnutrición y desnutrición global y el aumento de la movilidad. Incluso la amenaza de una pandemia seria podría cerrar las fronteras y devastar el comercio internacional, con resultados incalificables en un sistema mundial cada vez más estresado con gigantescos flujos de refugiados. La otra posible discontinuidad difícil de cuantificar, relacionada con la población y el medio ambiente, es la guerra nuclear y sus consecuencias medioambientales, un tema pionero en The Population Bomb. La continua competencia y las amargas relaciones entre el Imperio económico norteamericano y Rusia en un mundo abarrotado con recursos en declive podrían conducir a una guerra nuclear por diseño o accidente. Expertos como Theodore Postol del MIT estiman que las probabilidades de una guerra accidental son ahora más altas que en tiempos de la Guerra Fría, en gran parte debido a las políticas de armas nucleares de Estados Unidos. Igualmente, o tal vez incluso más probable es un “pequeño” conflicto nuclear entre la India y Pakistán, dos naciones muy sobrepobladas con arsenales nucleares, o la amenaza de Corea del Norte. Los factores sociales, religiosos y políticos no son los únicos agentes causales potenciales.
Debido a que el agua es un recurso escaso en muchas naciones, y la escasez de agua ya es reconocida como una gran posibilidad generadora de conflictos militares, los efectos de los trastornos climáticos son peligrosos y en última instancia impredecibles. Pero es poco reconocido que tal guerra regional podría fácilmente terminar con toda la civilización; desgraciadamente, las consecuencias ambientales de la guerra nuclear pueden ser subestimadas por muchos tomadores de decisiones.
Tal vez una cosa crucial a tener en cuenta relativa a la situación humana es que una larga historia de un tipo exponencial de crecimiento no señala un largo futuro para ella, un punto que Al Bartlett pasó gran parte de su larga vida tratando de explicar a la gente. El tiempo para actuar es mucho más corto de lo que la mayoría de la gente piensa, y el costo de la inacción podría ser el primer colapso calamitoso de una civilización global.
Otro punto es que el Homo sapiens, tanto genéticamente como culturalmente, siempre ha sido un animal de pequeño grupo. Los grupos de cazadores-recolectores tenían generalmente entre 90-220 miembros, e incluso hoy el número de conocidos de un individuo tiende a ser sobre ese tamaño. Sin embargo, la gente de hoy está luchando para vivir en grupos de millones a miles de millones y no le está yendo demasiado bien en eso. Como se ha afirmado, sólo un cambio de sociedad tan profundo y lejano como la revolución agrícola parece ser de las pocas esperanzas de evitar un colapso.
Un camino hacia adelante
Tal vez un buen enfoque sería que las Naciones Unidas convocaran una “convención constitucional” global que abordara el problema de cómo los diversos estados podrían organizarse políticamente para enfrentar los problemas existenciales globales sin perder aspectos valiosos de sus identidades individuales. Podría simultáneamente convocar conjuntos paralelos de conferencias de negociación sobre ecosistemas / biodiversidad, agricultura, población, etc., buscando tanto interconexiones como soluciones realistas. Combinados, podrían lograr mucho. En este proceso, los resentimientos y los problemas políticos entre las naciones pueden ser superados mejor que por una convención general con el objetivo de modernizar la gobernanza global.
¿Totalmente utópico e impráctico? Quizás. Pero nada es más impráctico ahora que seguir con los asuntos como siempre. La humanidad tiene una larga historia de cambio cultural revolucionario. Esperamos que se continúe en un ritmo muy acelerado, moviéndose, esperamos, en una dirección progresiva.