Más allá del drama por las muertes provocadas por el COVID-19 y los estragos ocasionados en la economía global, la pandemia también está desafiando el sistema energético mundial.
Por un lado, la industria del petróleo y el gas ha disminuido de manera muy significativa sus inversiones en nuevos proyectos. Según Rystad Energy, la disminución podría alcanzar el 75% respecto a los niveles de 2019, ya que los gastos en exploración y producción caigan mucho más de lo que se calculaba al comienzo de la crisis. Del valor total de la inversión global en 2020, se espera que unos US$ 27 mil millones sean para proyectos en alta mar, y los US$ 20 mil millones restantes para tierra adentro. En 2019, el valor total de la sanción alcanzó los US$ 197 mil millones, con US$ 109 mil millones destinados a proyectos en alta mar y US$ 88 mil millones a proyectos en tierra. Esto podría generar una crisis de oferta en los próximos años. Incluso, estos valores podrían ser aún menores si no fuera por los recientes desarrollos en Noruega y Rusia. El paquete de desgravación fiscal anunciado por el gobierno noruego el mes pasado ha ayudado a los operadores de petróleo y gas a mejorar la economía de los proyectos en Noruega, a pesar del discurso anti combustibles fósiles de ese país.
A estas cuestiones se suman los proyectos de la Unión Europea y las propuestas del candidato demócrata Joe Biden en EEUU para acelerar la transición energética hacia las llamadas energías limpias en una cruzada contra los combustibles fósiles, que se suma a la que en su momento Alemania y otros países hicieron contra la energía nuclear. Sin embargo, el presidente y candidato a la reelección, Donald Trump, refuerza su apoyo a la industria petrolera como garante de la independencia energética y la seguridad nacional. En las últimas semanas se ha lanzado una nueva campaña de promoción del hidrógeno y reforzado los subsidios a los vehículos eléctricos. Como afirmamos reiteradamente, esta manera de pensar el sistema energético global como una lucha entre distintas fuentes, tiene más que ver con cuestiones geopolíticas que con avances tecnológicos, de ahí sus dificultades. El llamado “net zero” para 2050 es hoy una meta sin plan.
Como contrapartida, se lanzó una nave hacia Marte, un paso importante en la investigación del espacio. La carrera espacial que se desarrolló durante la guerra fría, fue un factor fundamental para el desarrollo tecnológico, desde los motores de propulsión y nuevos combustibles, pasando por la creación de nuevos materiales hasta el desarrollo de la microelectrónica. El cohete Atlas V que llevó al espacio el módulo hacia Marte tiene dos etapas. En la primera, se utilizó un motor propulsor ruso RD-180 que usó como combustible el llamado RP-1 (Rocket propellant) que es un derivado del petróleo semejante al kerosene. Se oxida utilizando oxígeno líquido (LOX) llegando a casi 3400°C, produciendo una gran potencia para el despegue. Actualmente se está ensayando un nuevo motor BE-4 que utilizará metano en vez del RP-1. En su segunda etapa, llamada Centauro, utiliza el motor RL-10 que quema hidrógeno líquido. Por su parte, la fuente de energía para el vehículo marciano es un generador termoeléctrico de radioisótopos, RTG, que genera energía eléctrica al convertir el calor generado por la descomposición del combustible de plutonio-238 en electricidad utilizando un sistema de termocuplas y donde se aprovecha también el calor para mantener la temperatura de la nave espacial en el rango en que funcionan los dispositivos. En la misión también hay un pequeño helicóptero que utiliza paneles solares. Es decir, el viaje a Marte, una gran empresa tecnológica, se sustenta en distintos dispositivos y fuentes de energía, todas necesarias: derivados del petróleo o gas natural, hidrógeno, energía nuclear y energía solar.
Es un buen ejemplo que nos señala que el futuro sistema energético global no debería construirse a partir intereses geopolíticos o comerciales sino del concepto de ecología de fuentes energéticas, donde cada una tendrá su lugar, su uso y su aplicación.