Por Victor Bronstein
Las sociedades humanas, sus organizaciones políticas y su sistema productivo requieren de un continuo flujo de energía que establecen las condiciones para su viabilidad. Nuestra civilización actual se sustenta en un altísimo consumo energético estructurado a partir de tres flujos que moldean y posibilitan nuestra forma de vida: alimentos, combustibles líquidos y electricidad.
Del total de energía que se consume mundialmente, el petróleo aporta alrededor del 35 por ciento, el carbón el 24 y el gas cerca del 23 por ciento. El petróleo ha modelado nuestra civilización, creó nuevas condiciones de vida, permitió el desarrollo de las naciones, generó nuevos escenarios geopolíticos y es la base energética de la globalización: el 95 por ciento del transporte se mueve con combustibles derivados del petróleo. Según la Agencia Internacional de Energía, el consumo de crudo crecerá de los actuales 87,5 millones de barriles diarios a 105 millones en 2025.
Países que proclaman su compromiso con el medio ambiente, por ejemplo Alemania, utilizan actualmente para generar electricidad un 50 por ciento de carbón, un 26 de nuclear y un 13 de gas, quedando sólo un poco más del 10 por ciento para las nuevas fuentes. Las energías alternativas sólo proveen un 2 por ciento de la electricidad a nivel global y se calcula que para 2030 podrían llegar a un 9 por ciento. Evidentemente, con la tecnología actual, las energías alternativas no pueden sostener nuestro desarrollo, y todo indica que tampoco lo podrán hacer en el mediano plazo. El mundo seguirá dependiendo por muchas décadas de los combustibles fósiles.
Desde los inicios de la era del petróleo, la oferta de crudo superaba siempre la demanda. Pero en los últimos años esta situación ha comenzado a revertirse. El petróleo convencional ha comenzado a dar signos de agotamiento y fue necesario ampliar la frontera hidrocarburífera: desarrollo del off-shore de aguas profundas en Brasil, arenas empetroladas en Canadá, crudo ultrapesado en Venezuela y el shale oil y shale gas en Estados Unidos, posibilidad que ahora se abre para Argentina y que puede cambiar nuestro paradigma energético.
El shale oil y shale gas hacen referencia a las características geológicas y morfológicas de las rocas donde se encuentran estos recursos. Las estimaciones sobre la existencia de estas formaciones de “shale” en Argentina, realizadas en una investigación encargada por el Departamento de Energía de los Estados Unidos, la ubican en el tercer lugar mundial, lo que permitiría aumentar 40 veces nuestras reservas actuales de gas y más de 10 veces las de petróleo. Vale recordar que el 60 por ciento de la matriz de generación eléctrica de nuestro país utiliza gas natural como combustible.
La puesta en producción de estos recursos ha generado discusiones ambientales, con posiciones radicalizadas que tienden a impedir su desarrollo basadas en preconceptos y no en estudios serios sobre los impactos de esta actividad. Temas como el uso del agua, los aditivos o la estimulación hidráulica provocan posiciones irreductibles que no aceptan ningún tipo de explicaciones, aunque los estudios e investigaciones de las distintas agencias de protección ambiental a nivel mundial desmientan muchas de las alertas que se plantean.
Por ejemplo, Vaca Muerta, la mayor y prometedora formación de shale de nuestro país, se encuentra lejos de las áreas pobladas y a una profundidad mayor a 2400 metros, muy lejos de los acuíferos y del peligro de contaminación. El peligro de que la estimulación hidráulica (fracking) genere alguna posibilidad de sismos forma parte de las leyendas urbanas. La intensidad sísmica de la fractura es imperceptible y nunca puede causar un terremoto, cuyas causas tienen que ver con el movimiento de las placas tectónicas. Y el consumo de agua, si bien es importante, significa un porcentaje ínfimo del caudal de los ríos Limay y Neuquén.
En Estados Unidos se han perforado decenas de miles de pozos utilizando la técnica de fracking y ha habido contados casos de contaminación que se dieron al comienzo de la actividad, donde faltaba experiencia y se cometieron algunos errores. Ocurre que estos pocos casos sirven para que algunos grupos radicalizados lo repitan una y otra vez, como si fuera la norma. Hoy es una tecnología probada, donde se han establecido los criterios y cuidados que deben tenerse para evitar accidentes que puedan dañar al medio ambiente y se han dictado las regulaciones correspondientes.
Siempre se dijo que Argentina era un país con petróleo, no un país petrolero, y esta situación de escasez relativa generó muchos de los desencuentros sobre cómo explotar estos recursos. Hoy el shale es la gran esperanza de la Argentina para cambiar su paradigma energético y volver a lograr el autoabastecimiento, que en el actual contexto mundial es necesario para nuestra seguridad energética y un objetivo fundamental para garantizar el desarrollo económico y social.
Original: http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/cash/17-6672-2013-03-10.html